Un cierto temor

8 octubre, 2013

Leo en una reciente obra de Bauman su advertencia sobre las posibilidades de las nuevas tecnologías para mejorar la vigilancia sobre la ciudadanía. Partiendo del paradigma benthamiano, analiza la cualidades post-panópticas de los drones (Vehículos aéreos no tripulados) como instrumento para el desarrollo de la vigilancia global.

Superadas la barreras físicas del panóptico clásico que suponía la inmovilidad de los sujetos vigilados ante la imposibilidad de saber desde donde le observaba el vigilante, la tecnología permite la extensión del control aleatorio hasta el extremo de transformar el medio sólido en un medio líquido, donde nadie es libre de ser vigilado siendo, o no, conscientes de esa vigilancia.

El desarrollo de las redes sociales en internet permite, de una manera colaborativa, la transparencia absoluta de la vida de las personas que vuelcan su cotidianidad en la red. La otra gran fuente es, sin duda, la vida electrónica, e-vida: todas aquellas relaciones administrativas, comerciales, académicas, laborales, que nos vemos obligados a tener en nuestras transacciones vitales como sujetos administrados o consumidores.

El volumen de datos acumulables supera mi capacidad de cuantificación de esos datos (soy de letras y siempre he mantenido una cordial animadversión con la estadística). En el fondo era optimista: conociendo las limitadas capacidades de gestión de la administración pública, siempre me pareció que Orwel era más un conspiranoico, que un visionario.

Hoy tal vez no lo considere así. La dimensión territorial de los estados se desvanece en un mundo líquido, lo cual presupone dos cosas que cambian el status quo: las instancias de control superan el antiguo marco estatal de organización, y el análisis de los datos es selectivo.

Así, la gestión de la información masiva aleatoria volcada en el espacio virtual a través de nuestra voluntad (redes sociales) o de nuestra necesidad en la e-vida, se vuelve selectiva.

La construcción de nuestro perfil de consumidor ha generado la aparición de nuevas categorías sociales a partir nuestros usos de consumo, nuestras preferencias culturales y sociales, que volcadas en la red, nos definen.

Se trata de un uso político de la información para el cual no estamos advertidos.

Se definen pautas de consumo o elecciones estéticas, hábitos de relación y preferencias políticas, que estratifican esas nuevas categorías de ciudadanos y que

los derechos fundamentales que las leyes afirman defender, no nos están garantizados.

Y un tercer cambio: esa vigilancia líquida se privatiza.

Si la Constitución Española ya favorecía con sus ambigüedades que ciertos derechos como el trabajo o la vivienda estuvieran protegidos al decir de un famoso cómico mexicano del pasado siglo: “como quien dice”, la decosntrucción neoliberal del estado del bienestar está acabando con los derechos a la educación, la salud y, en general a los servicios públicos, universales y gratuitos vía la privatización de todos ellos.

Karl Polanyí en su obra “La gran transformación”, narraba como la única respuesta del estado a la avidez del sistema de mercado, fue la actitud de algunos jueces que intentaron con las leyes del sistema de Speenhamlad (las leyes de pobres que imponían un subsidio a favor de los obreros en situaciones de extrema gravedad) morigerar la terrible situación de la clase trabajadora británica. En España, un reciente artículo de Juli Ponce en la Revista Catalana de Dret Públic, se hace eco de la actitud de los jueces de la Audiencia de Madrid que han impedido hasta la fecha la privatización de la sanidad de la Comunidad de Madrid.

Avanzamos en “controles punto cero”, hacia una sociedad que se quiere decimonónica en cuanto a la actividad del estado: intervención mínima (estado policía) y beneficencia.

En el remanso de “pax romana” anterior al crack de Leman Brothers, el sistema permitía –no sin reparos- la pervivencia de discursos alternativos. La inmersión en la crisis ha facilitado la proliferación de respuestas públicas duras a la desafección. Creo que el ejemplo griego sería una muestra clara del tipo de tolerancia estatal extrema al que me refiero, pero la criminalización de las víctimas de las víctimas de las preferentes, sería una ejemplo algo más light de la respuesta del sistema

Si los perfiles de usuario de las redes sociales llegan a servir para configurar esas nuevas categorías ciudadanas definidas por sus gustos, preferencias, en definitiva por sus ideas, no esta lejano el día en que los derechos de participación, expresión o reunión puedan verse suspendidos alegando posibles riesgos generados por ciertos segmentos de la población identificados en las redes sociales por el sistema de vigilancia adjudicatario de la gestión de datos de la red. entonces la propuesta de Orwell deberá ser actualizada: 1984.0

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Autor / Autora
Vicens Valentin
Profesor colaborador en la asignatura Ciudad, inseguridad y conflicto del Máster Universitario de Ciudad y Urbanismo. Licenciado en Historia General y Geografía, y máster en Política criminal y servicios sociales. Miembro del Grupo Motor de RISE (Red Internacional para la Innovación en Seguridad).
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