La ciudad como metáfora de la democracia y la conflictividad asimétrica | Revolución urbana y derechos ciudadanos. Conclusiones. (Parte 6)

26 noviembre, 2013

Revolución urbana y derechos ciudadanos. Conclusiones generales. (VI)

– Esta es una serie de artículos en los que Jordi Borja aborda las conclusiones generales de su libro Revolución urbana y derechos ciudadanos, Alianza Editorial, 2013.

6. La ciudad como metáfora de la democracia y  la conflictividad asimétrica

Ciudadanos son los que conviven, libres e iguales, en un territorio dotado de identidad y que se autogobierna. A una pregunta televisiva, imprevista y en directo sobre como definiría el “socialismo” Mitterrand respondió escuetamente: “es la justicia, es la ciudad”. La ciudad pues es una metáfora de la democracia y del socialismo entendido como optimización de la democracia, en su doble dimensión individual y social, lírica y épica. La ciudad, como el socialismo, tiene por vocación maximizar la libertad individual en un marco de vida colectiva que minimice las desigualdades. La ciudad humaniza el ideal socialista abstracto, introduce el placer de los sentidos a la racionalidad sistemática, los deseos íntimos de cada uno modulan los proyectos colectivos. Uno, quizás el mayor, reto que tiene la izquierda, es decir el movimiento político que promueve (o debería hacerlo) un desarrollo democrático que construya una sociedad de personas libres e iguales, en un espacio de relaciones de intercambio y cooperación. Hemos expuesto anteriormente, desde el primer capítulo de este trabajo, el proceso de disolución de la ciudad en lo urbano, “reina lo urbano y se disuelve la ciudad” escribe François Choay [11].

La ciudad como metáfora de la democracia y  especialmente de la izquierda nos interesa  pues permite enfatizar algo que es común o necesario a ambas: la dimensión sentimental y sensual, cordial y amorosa, individualizadora y cooperativa, plural y homogeneizadora, protectora y securizante,  incierta y sorprendente, transgresora y misteriosa. Y también porque vivimos una época en que no es casual que  ciudad y  izquierda se nos pierdan a la vez, parece como si se disolvieran en el espacio público, en sentido físico y político. Si la ciudad es el ámbito generador de la innovación y del cambio es en consecuencia el humus en el que la izquierda vive y se desarrolla, en tanto que fuerza con vocación de crear futuros posibles y de promover acciones presentes. La ciudad es a la vez pasado, presente y futuro de la izquierda. Y no tener un proyecto y una acción constante de construcción de la ciudad, que se nos hace y se nos deshace cada día, es un lento suicidio. 

Las nuevas regiones metropolitanas cuestionan nuestra idea de ciudad: son vastos territorios de  urbanización discontinua, fragmentada en unos casos, difusa en otros, sin límites precisos, con escasos referentes físicos y simbólicos que marquen el territorio, de espacios públicos pobres y sometidos a potentes dinámicas privatizadoras, caracterizada por la segregación social y la especialización funcional a gran escala y por centralidades “gentrificadas” (clasistas) o “museificadas”, convertidas en parques temáticos o estratificadas por las ofertas de consumo.  Esta ciudad, o “no ciudad” (como diría Marc Augé) es a la vez expresión y reproducción de una sociedad a la vez heterogénea y compartimentada (o “guetizada”), es decir mal cohesionada. Las promesas que conlleva la revolución urbana, la maximización de la  autonomía individual especialmente, está solamente al alcance de una minoría. La multiplicación de las ofertas de trabajo, residencia, cultura, formación, ocio, etc., requieren un relativo alto nivel de ingresos y de información así como disponer de un efectivo derecho a la movilidad y a la inserción en redes telemáticas. Las relaciones sociales para una minoría se extienden y son menos dependientes del trabajo y de la residencia, pero para una mayoría se han empobrecido, debido a la precarización del trabajo y el tiempo gastado en la movilidad cotidiana.

Como ya expusimos al final del segundo punto de estas conclusiones la contradicción propia a nuestras sociedades se ha trasladado en gran parte del ámbito de la empresa al del territorio. La contradicción capital-trabajo se manifiesta entre la acumulación capitalista y el salario indirecto, lo cual hace de las políticas públicas (por acción u omisión) el árbitro entre el beneficio (con frecuencia especulativo del capital) y las condiciones de vida o reproducción social de los ciudadanos. Sin embargo esta contradicción aparece  confusa por la multiformidad de los objetos o materias que la expresan, tan dispares como la vivienda y la seguridad, el trabajo precario y la inmigración, la protección del medio ambiente o el patrimonio y la movilidad. Una confusión que dificulta la construcción de proyectos simétricos oponibles. 

A esta asimetría se añade la derivada de la diversidad de sujetos, con intereses a su vez contradictorios y que difícilmente son capaces de definir un escenario compartido en el que negociar el conflicto (solamente si el conflicto se agudiza y en casos puntuales). Denominamos esta conflictividad como asimétrica cuando los actores en confrontación no pueden definir objetivos negociables o no están en medida de asumir responsabilidades. Un caso extremo de conflictividad es cuando se da una rebeliones  “anómicas” (por ejemplo las protestas de los “banlieusards” de Paris) que en realidad expresan una necesidad de reconocimiento. 

Esta problemática afecta a la izquierda, que se encuentra con frecuencia entre y en las distintas partes en conflicto pero que difícilmente puede evitar esta situación puesto que lógicamente está en las instituciones y también representa a la ciudadanía implicada. Pero la cuestión que interesa en este caso no es la complejidad del conflicto sino la debilidad de las políticas de la izquierda institucional en estos casos. Una debilidad que se deriva más de la inconsistencia teórica y la laxitud de los valores morales que del carácter de las personas o las opciones coyunturales de los partidos. Una debilidad de los principios y de los valores que conduce al oportunismo electoral y a la gestión rutinaria. En el capítulo cuarto, segunda parte, de nuestro trabajo analizamos un conjunto de cuestiones conflictivas, que se expresan en ámbitos territoriales de proximidad. Temas que pueden servir como test para evaluar si la izquierda institucional es portadora de un proyecto de futuro más democrático o es simplemente una gestora del presente, con sus progresos adquiridos y sus contradicciones y retrocesos permanentes. Los temas expuestos son los siguientes: la precariedad del trabajo y la formación continuada, la vivienda y el suelo, las infraestructuras y la movilidad y comunicación, la seguridad, la escuela pública y la privada, los servicios públicos colectivos y la inmigración [12]. No son obviamente los únicos desafíos pero sí que todos ellos cuestiones clave, conflictivas que se expresan el los actuales territorios metropolitanos, que confrontan intereses de clase opuestos y que interpelan a los distintos niveles de gobierno.

Una interpelación a la que la izquierda institucional no ha sabido responder, que la derecha ha utilizado para promover políticas regresivas  y que finalmente unos y otros han coincidido en ejercer de servidores sumisos del capital. En realidad más que servidores en muchos casos son cómplices activos que forman parte de un bloque social conservador y privilegiado.

Un ejemplo es la incapacidad de promover reformas institucionales que reforzarían a las políticas públicas orientadas hacia los intereses populares: legislación electoral, mecanismos de participación ciudadana efectivos, simplificar el entramado de instituciones territoriales (minifundismo municipal, proliferación de entes intermedios), crear gobiernos metropolitanos, etc. En estos casos no son los intereses del capital que impiden estas reformas sino los de una “clase política” que encuentra en esta inflación y esta confusión institucionales la forma de desarrollarse parasitariamente y de asumir las mínimas responsabilidades. Nadie es responsable de nada. De esta forma se facilita la conflictividad asimétrica lo cual genera un importante grado de indefensión de los sectores populares. El discurso de la gobernabilidad es una excusa para no gobernar de verdad. Con lo cual llegamos a la última conclusión: el lenguaje.

[11] F.Choay: « Pour une Anthropologie de l’espace”, Seuil, Paris, 2006. El texto citado, Règne de l’urbain, mort de la ville incluido en este libro es premonitorio, fue escrito a inicios de los 90 y publicado primero en el catálogo de la Exposición Ville, Art etArchitecture en Europe (1870-1993). 

[12] Esta  temática ha sido desarrollada por el autor en un artículo que en versiones algo diferentes ha sido publicado en diversas revistas y libros colectivos. Una de las versiones más completa titulada “La democracia perdida en busca de la ciudad futura” se encuentra en el libro de Habitat International Coalition, a cargo de Ana Sugranyes y Charlotte Mathivet eds. “Ciudades para todos”, editado en castellano, francés e inglés, Santiago de Chile 2010.

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Autor / Autora
Jordi Borja Sebastià
Profesor Emérito y Presidente del Comite Académico del Máster Universitario de Ciudad y Urbanismo de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Doctor en Geografía e Historia por la Universidad de Barcelona y Geógrafo urbanista por la Université de Paris-Sorbonne. Ha ocupado cargos directivos en el Ayuntamiento de Barcelona y participado en la elaboración de planes y proyectos de desarrollo urbano de varias ciudades europeas y latinoamericanas. Fue Presidente del Observatorio DESC (derechos económicos, sociales y culturales). Website
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