¿Quién defiende –realmente- el comercio local?

7 enero, 2015

Un buen liderazgo público debería ser capaz de evitar que la globalización aplaste el comercio local con la inagotable llegada de grandes marcas y empresas globales a la ciudad. Un buen liderazgo público debería ser capaz, por la tanto, de aprovechar las oportunidades de la globalización para impulsar la economía ciudadana y el comercio local  

Podemos constatar que ese liderazgo brilla, en muchos casos, por su ausencia. Especialmente cuando observamos como los gobiernos locales compiten entre ellos para atraer, como sea, a cualquier empresa global que se preste mínimamente interesada. Como si fueran controladores aéreos de las grandes marcas globales éstos se afanan, incluso, en dar todo tipo de facilidades para que su aterrizaje sea cómodo y placentero. Se acostumbra a justificar de acuerdo al principio de la libre competencia aún cuando es evidente que dejar al comercio local solo ante el peligro no es para nada apostar por el mercado libre sino justamente lo contrario: permitir la eliminación de competidores locales para que las empresas globales campen a sus anchas. Supone, en definitiva, eliminar la libertad de los consumidores y condenar al cierre, lento y progresivo, del comercio local. 

Cualquier persona con sentido común, sabe o puede entender que una pequeña librería no puede competir con una multinacional del libro, que una pequeña tienda de ropa no puede competir con una empresa global de la ropa, que una pequeña charcutería no puede competir con un centro de alimentación. El precio, la capacidad financiera, las facilidades de pago, la capacidad de influencia para crear marcos regulatorios favorables, etc hacen inviable esa competencia de modo que apelar a ella es, simplemente, una falacia. No existe competencia, no existe capacidad para competir. Por mucha inventiva que se aplique, por mucha creatividad, por mucha especialización, en éstas condiciones, el destino está escrito para el pequeño comercio: el cierre a corto, medio o largo plazo.  

Una economía ciudadana, sin embargo, necesita el comercio local. No puede renunciar a él porque el comercio local construye ciudad. Aunque pueda ser pequeño en términos económico-financieros respecto a las grandes marcas, su aportación de valor ciudadano es mucho mayor: respecto a su cohesión social, al equilibrio entre barrios, al fomento de la producción local, de Km 0, etc.  No se trata de demonizar las grandes marcas globales, ni de impedir que participen en el mercado. Se trata, “simplemente” de crear condiciones justas donde lo local también pueda competir, también pueda existir, de acuerdo al más elemental principio de libertad de elección, de condiciones de igualdad para la libre competencia y de acuerdo con el principio de una economía realmente ciudadana. 

Por todo ello, para que en una economía ciudadana el comercio local pueda existir -y sobrevivir al enorme impacto de las grandes marcas- deben tomarse medidas drásticas y orientadas a resultados. No es suficiente repetir hasta la saciedad eslóganes paternalistas del tipo “Todos con el comercio local” mientras siguen aterrizando más y más empresas globales. Si realmente se quiere fomentar el comercio local el objetivo debe ser tratar de conseguir que el pastel (la cuota de  mercado) quede mucho más repartido. Cualquier proyecto, por lo tanto, que pretenda promover el comercio local debe estar vinculado a objetivos. De éste modo los ciudadanos puedan valorar posteriormente su grado de cumplimiento y, en consecuencia, la capacidad de liderazgo de sus gobiernos locales en éste ámbito.

Pero para conseguir estos objetivos ya no nos sirve un liderazgo público basado en la autoridad jerárquica, aunque este aún siga bien presente en muchos territorios. Ni un liderazgo perplejo ante el tsunami globalizador. El mundo en el que ya que estamos inmersos (líquido, complejo, tecnológico, colaborativo o como queramos llamarlo) requiere liderazgos, por un lado, relacionales e inteligentes. En su sentido más literal, que sean capaces de interrelacionar recursos, crear sinergias, movilizar los activos de la ciudad. No solo aquellos que dependan orgánicamente de la administración sino todos aquellos que haya disponibles con el objetivo de impulsar una economía ciudadana. Se requiere, por lo tanto, un liderazgo público claramente decidido a impulsar el comercio local, con un proyecto de ciudad futuro que actúe sobre las dinámicas presentes, las positivas y las negativas. Un proyecto político urbano, configurado a partir de documentos políticos no retóricos, que definan compromisos e instrumentos concretos, con indicadores y objetivos numéricos claros para todos. Como nos recuerda Jordi Borja, “el urbanismo es ante todo una dimensión de la política. Y su objetivo es garantizar el acceso por igual a todos los ciudadanos de los bienes y servicios que ofrece la ciudad”. 

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Autor / Autora
Profesor colaborador en la asignatura Nueva economía urbana del Máster Universitario de Ciudad y Urbanismo. Politólogo y máster en Dirección pública. Consultor en gestión pública y economía social, cooperativa y colaborativa. rogersunyer.com / @rogersunyer / Linkedin
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