Smart cities: Negocio, Poder y Ciudadanía (I)

11 febrero, 2016

I. La tecnología no siempre juega a favor de los ciudadanos. O los usos contradictorios de la revolución informacional.

En el año 2010 IBM lanzó una campaña publicitaria: Smart Cities Challenge. Y en el año 2011 lanzan un nuevo producto dirigido a un público específico y extenso: los gobiernos locales: Intelligent Center for Smarter Cities. Se trata de ofrecer el tratamiento de la información utilizando las tecnologías informatizadas o digitalizadas para exponer las problemáticas urbanas y las respuestas más generalizadas. Sobre transportes y movilidad, salud pública, vivienda, seguridad ciudadana, estado del espacio público, gestión de los servicios urbanos básicos (agua, energía, infraestructuras, etc.), reconversión de zonas degradadas o en proceso de cambio, grandes proyectos expansivos, etc. Las informaciones y las soluciones devienen “objetivas” y las grandes empresas de servicios (con frecuencia más privadas que públicas) se presentan como poseedores de las respuestas. Algunas grandes ciudades compraron el producto, Rio de Janeiro la primera, con resultdos más que dudosos. Luego este producto y los similares han ido vendiendo a las ciudades cualquier cosa que se etiqueta “smart city».

Hay que tener en cuenta el porqué de la emergencia de este mercado y del éxito del slogan. Las administraciones locales por una parte son las hijas menos queridas de los Estados. Poseen escasos recursos en relación con las demandas sociales de proximidad. Son minusvaloradas en el escenario público y se les considera con frecuencia reacias a la modernización o al “localismo”. Por otra parte en las últimas décadas las instituciones políticas y los partidos han perdido credibilidad y los ciudadanos mantienen una cierta confianza en gobiernos locales y es en este marco que pretenden acceder o conquistar sus derechos y reivindicaciones. Las dinámicas participativas y las políticas neoliberales han coincidido sin pretenderlo en revalorizar las políticas locales. En unos casos con vocación democrática y en otros casos en transferirles competencias inasumibles y favorecer las privatizaciones. En este entorno, global y local, las ciudades grandes y medias especialmente, han emergido como actores sociales, representados por los gobiernos y las elites locales. Las ciudades se hacen publicidad: globales más o menos, competitivas, sostenibles, integradoras, inteligentes, del conocimiento, participativas, atractivas, de calidad de vida, etc. Unas etiquetas que en muchos casos sirven para legitimar políticas locales casi siempre contradictorias respecto a los objetivos que se anuncian. Se vende la ciudad a favor de unas minorías que se lucran de los acelerados procesos de acumulación de capital mediante usos depredadores, intervenciones especulativas y mercados cautivos.

IBM no es una ong, ni un organismo bien intencionado de Naciones Unidas, ni una federación de entidades públicas o ciudadanas. Es una empresa integrada en el capitalismo financiero global que únicamente pretende conseguir un lucro a corto plazo para lo cual precisa la comprensión de los gobiernos nacionales y la complicidad de las grandes empresas de servicios. Es una gran multinacional que sirve y se sirve a y de los poderes políticos y económicos de cada país. En la práctica persigue tres objetivos. Primero: vender hardware en muchos casos sobredimensionado o inadaptado al gobierno o municipio. Se aprovechan del papanatismo de políticos o funcionarios que pretenden situarse por una vía rápida en la última modernidad. O por complicidad corrupta. Es escandaloso el coste o el despilfarro que se producen en nombre de la tecnología y de la información, de la falsa sostenibilidad o de la gestión privada de servicios de carácter público. Segundo: la tecnología comporta un conjunto de ítems e indicadores sectoriales, sin relacionarse los unos con los otros. Lo cual no tiene en cuenta las necesidades de las poblaciones pues la vida urbana requiere políticas integrales e intedependientes. Gran parte de la información no es de fácil acceso ni de comprensión para la gran mayoría. Y sobretodo en muchos casos la información es poco significativa. Por ejemplo la magnitud de las desigualdades o los beneficiados del uso de la ciudad no aparecen. Tercero: se uniformizan las políticas al margen de las estructuras y comportamientos sociales, las culturas históricas locales, las prioridades que requieren cada lugar. Es la versión tecnoeconómica de la “ciudad genérica”. Las ciudades pierden identidad colectiva y la ciudadanía se atomiza. Los ciudadanos lo son cuando son “conciudadanos” y se pueden identificar con su lugar. Todo ello legitimado por las”nuevas tecnologías” cuya aplicación nos dicen conseguiremos ciudades maravillosas y ciudadanos felices. Una anécdota. Una autoridad barcelonesa (ahora exautoridad) declaró en un marco internacional que mediante el uso de las tics (tecnologías de información y comunicación) se resolverán las desigualdades sociales.

IBM ha puesto de moda el anglicismo “Smart City” que ha substituído su equivalente en castellano, ciudad inteligente, que es menos excitante polisémico. También otros términos o slogans han pasado de moda como algunos ya citados: ciudades competivitvas, del conocimiento, con marca reconocida, creativas, etc. El término Smart deviene multívoco: inteligencia, inmediatez, accesibilidad a todo tipo de conocimientos, progreso, ultramodernidad, al alcance de todos los ciudadanos , etc. El término “smart city” en sí mismo es, o parece, neutro. Su uso, como se ha expuesto, no lo es. Las tecnologías transformadoras de la vida social en sus inicios representan una promesa. Pero en sociedades altamente desiguales y poderes políticos cómplices sus usos sociales se pervierten. Como ocurrió en otros momentos históricos en los las tecnologías juegan un importante rol de cambio. Es el caso primero con el vapor y la gran industria.. También con la segunda revolución protagonizadas por la electricidad y la telefonía. Y ahora con la informatización. La historia nos enseña que las promesas de las grandes innovaciones tecnológicas han servido para lo bueno o para lo malo, para mayorías o para minoría, con efectos positivos o todo lo contrario. En todo caso no son neutras. Sus usos han sido casi siempre ambivalentes.

Algunos ejemplos. La industria, a partir del vapor, fue durante décadas un gran progreso económico y una escandalosa regresión social para las clases populares, migrantes del campo a la ciudad. Las innovaciones en la organización del trabajo fueron casi siempre a lo largo del siglo XIX y inicios del XX en detrimento de los trabajadores y trabajadoras. La electricidad representó un gran progreso social y económico a finales del siblo XIX cuando se supo aplicar la tecnología para usos prácticos: alumbrado de las calles, transportes, fabricación de todo tipo de productos, etc. Pero aún hoy en mucha ciudades la electricidad no llega a barrios y calles y viviendas, incluso en Europa. Los sectores populares pudieron utilizar los transportes pero los tranvías y los metros hicieron posible que fueran gradualmente excluidos de la ciudad central y expulsados hacia zonas periféricas. Antes caminaban 15 o 30 minutos, ahora deben pagar el precio del transporte y a su jornada de trabajo se le añaden en muchos casos dos, tres o más horas del transporte. Los semáforos en teoría regulan la circulación y protegen a los ciudadanos. Pero representan un alto coste para la ciudadanía, generan una cultura de la prisa y multiplican los accidentes. Una ciudad sin semáforos, excepto grandes vías, obligaría a una movilidad tranquila. El coche urbano va aparejado a los semáforos, autovías segregadas y dispersión urbana. Es la conversión del ciudadano en individuo atomizado y la creciente dinámica disolvente de la ciudad. Por lo tanto sería ingenuo pensar que la revolucion informacional es y será una fuente de bienestar para el conjunto de la población. Dependerá de cómo se confronten los poderes económicos y en gran parte políticos y las redes y comunidades ciudadanas con vocación democratizadora. Unos con afán de concentrar la información, como es el caso hoy de Smart Cities. Los otros que combaten por el hardware abierto y el software libre.

(Continúa en parte II)

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Autor / Autora
Jordi Borja Sebastià
Profesor Emérito y Presidente del Comite Académico del Máster Universitario de Ciudad y Urbanismo de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Doctor en Geografía e Historia por la Universidad de Barcelona y Geógrafo urbanista por la Université de Paris-Sorbonne. Ha ocupado cargos directivos en el Ayuntamiento de Barcelona y participado en la elaboración de planes y proyectos de desarrollo urbano de varias ciudades europeas y latinoamericanas. Fue Presidente del Observatorio DESC (derechos económicos, sociales y culturales). Website
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