Espacio urbano, poder y crisis (I)

13 noviembre, 2013

Teoría de los tres tercios:

La teoría de los 3 tercios, formulada discretamente por el liberalismo anglo-germánico y por el liberalismo vergonzante de algunos teóricos de las llamadas terceras vías, encuentra campo abonado en esta realidad social que soporta lo que parece que es una crisis del sistema. 

Recientemente Josep Fontana nos advertía de que “lo que se está produciendo no es una crisis más, como las que se suceden regularmente en el capitalismo, sino una transformación a largo plazo de las reglas del juego social”. 

Por todo ello, si usted está en paro de larga duración y no tiene ingresos, si usted es pobre, usted pertenece al tercio desechable en que se ha clasificado nuestra sociedad, es decir el tercio costoso para el sistema desde el punto de vista económico y social. Pero si usted piensa que pertenece al segundo segmento (clases medias) aunque tenga un ERE pendiente de resolver en su empresa y ya esté teniendo problemas para pagar las letras de su auto, o su hipoteca tiene una clausula suelo a la que ve complicado hacer frente, en ese caso no se equivoque y comience usted a preocuparse: usted es susceptible de ser catalogado también en el tercer segmento. No hay inversión ni política ni pública para su problema. No hay propuestas de solución, ni alternativas. 

Como postula de Guindos y con una tasa de paro superior al 20% y una tasa de paro juvenil de más del 50%, en este país “estamos perdiendo el miedo a perder el empleo”. Esa situación es lo que viene a llamarse la gran divergencia, y usted está en el lado incorrecto.

Para la mayoría de las personas, es en el espacio público donde se pone en evidencia el choque de intereses entre los grupos sociales. Es en ese espacio donde la modificación de las reglas del juego social toma carta de naturaleza, allí donde las clases dominantes aplican sus estrategias de control. En nuestras sociedades formalmente democráticas, con garantías jurídicas e instrumentos de control, es deber de todos procurar hacer inteligibles esos cambios. No es una cuestión de posicionamiento político, es una cuestión de afirmación democrática contra la manipulación.

Espacio y poder:

La morfología de una ciudad representa una determinada forma social. En palabras de David Harvey esa forma social define “un modo de vida basado, entre otras cosas, en una cierta división del trabajo y en una ordenación jerárquica de las actividades coherente, en líneas generales, con el modo de producción dominante.” [1]. Una forma social que define un modelo de poder.

En esa relación dialéctica que se produce en el espacio público, el poder ha intentado ordenarlo de acuerdo tanto por las necesidades de su modelo económico, como por las necesidades de representación simbólica que ese espacio público representa.

Cuando hablamos de poder, como nos recordaba Foucault, hablamos del ejercicio del poder. Un ejercicio que se concreta a través de la relación entre la producción y el intercambio de signos en un proceso que, en el caso de las ciudades, tiene como tablero de juego el espacio público y, especialmente los usos que se dan a esos espacios. Por tanto, para poder analizar esa relación de poder se hace necesario analizar la forma social y las relaciones que se producen en un determinado espacio público.

Se podría afirmar que, históricamente, la tensión de clase se había ido resolviendo mediante la reordenación y la planificación urbana de los espacios y el control social formal: del campo, a la ciudad; de la ciudad amurallada medieval, a la ciudad abierta burguesa; del taller a la fábrica; del escarnio público, a la discreción del juicio en las audiencias. El ejercicio del poder sobre el espacio público como sistema de dominación, queda más que claro.

En los años setenta del siglo XX, coincidiendo con la primera gran crisis del petróleo, el proceso de descapitalización y de degradación de algunos espacios urbanos, supuso un vuelco en las estrategias de control: la marcha de las clases medias y altas (del centro urbano hacia la periferia urbanizada de las ciudades) y el envejecimiento de las clases populares (arraigadas históricamente en esos barrios), propiciando la llegada de ciudadanos más pobres o precarizados que ocuparon esos espacios. 

Éste fue el fenómeno general ocurrido en grandes ciudades como New York, Chicago o Londres, donde amplias zonas urbanas bien situadas desde el punto de vista de la movilidad o de la proximidad a los centros de poder, se habían convertido en zonas degradadas -pero atractivas- que era posible recuperar para el nuevo modelo urbanístico basado en la especulación y que era posible recolocar en el mercado.

Los barrios y espacios degradados se sometieron a una presión diferente. El cambio de un modelo de producción que requería la disponibilidad de mano de obra (o de contingentes de reserva) y por tanto una cierta concentración y disponibilidad, dejo de tener sentido. Se trata de la lógica del posfordismo, donde esos espacios ya no sirven y sus habitantes son susceptibles de ser considerados como económicamente caros y socialmente peligrosos.

El modelo de gentrificación supuso también el despliegue de nuevas estrategiasde de control, como la zero tolerance postuladas por Wilson y Kelling y aplicadas por Giuliani en New York. Se trata de un peculiar planteamiento, si se me permite poco riguroso, sobre como el desorden lleva al crimen, pero de gran influencia en los políticos locales de medio mundo, que han transpuesto esos postulados en las normas sobre civismo de obligado cumplimiento que trazan una línea roja, demasiado fina en ocasiones, entre lo incívico y lo criminal.

Pero las cosas siempre pueden ir a peor: como consecuencia de la crisis del modelo económico (tras el estallido de la burbuja inmobiliaria) y la globalización de la producción, estas fórmulas de control del espacio sufrieron un nuevo cambio de estrategia.

Los datos sobre inseguridad durante los últimos cuatro años, en los principales países de nuestro entorno socioeconómico, reflejan, en términos generales, que el delito común retrocede o se mantiene estable.

En cambio, el conflicto social ha estallado en las calles y se ha extendido como una mancha de aceite, allí donde las políticas neoconservadoras están desarrollando sus planes de derribo del estado del bienestar. Ocupaciones de plazas con el 15M y manifestaciones y huelgas contra la privatización de los servicios públicos en España; manifestaciones en Portugal, en Francia en Italia; autenticas batallas en Grecia, e incluso el movimiento “Occupy Wall Street” en EEUU.

En otros escenarios menos cercanos, como el norte de África u Oriente Medio, las plazas públicas se han convertido también en el símbolo del cambio o la resistencia, con desigual fortuna. La primavera árabe languidece.

Pero el espacio privado también se ha convertido en un espacio de conflicto. No sólo se trata de los movimientos de carácter alternativo, ligados a la okupación de espacios privados vacíos, bien por la dejadez de sus dueños, bien por abandono especulativo. Los miles de desahucios provocados por la crisis de la burbuja inmobiliaria, ha movilizado a centenares de ciudadanos desahuciados o potencialmente desahuciables en una lucha por los derechos de sus condiciones de vida (por cierto reconocidos constitucionalmente) que pone en jaque al sistema con su actividad sobre el pilar de la sociedad capitalista: la propiedad privada.

Un movimiento ciudadano como el que representa la PAH en España, se ha convertido en una poderosa praxis de oposición al poder. Independiente de los partidos y con un funcionamiento descentralizado y con la acción directa y pacífica como principal instrumento de lucha para defenderse de los desahucios, están resultando muy eficaces, o al menos más eficaces que el resto de afectados por la crisis.

En ambos casos: espacio público, espacio (viviendas) privado, se han convertido en el campo donde se produce el conflicto. Pero allí donde la ciudadanía ha tomado la iniciativa de ocuparlos, la respuesta del poder ha sido y es contundente.

En el caso de Barcelona, la burbuja inmobiliaria y el empuje del turismo low cost, aceleraron el peculiar proceso de gentrificación, la especulación hizo el resto: el mobbing inmobiliario y la criminalización presionaron sobre los barrios históricos con una intensidad notable. Así, pasamos del mobbing inmobiliario a los desahucios sin solución de continuidad.

Una vez modernizada la ciudad, a pesar de que el conflicto ha continuado especialmente constreñido sobre el espacio de la vieja ciudad, ahora, a causa de la crisis y el empobrecimiento de las clases medias, el conflicto se ha extendido por buena parte de la ciudad: desahucios democráticamente repartidos por los barrios de la ciudad; agencias de bancos que estafaron con las preferentes; hospitales y escuelas y universidades recortadas, etc. 

La criminalización de los barrios ha sucedido de una manera parecida. Hemos pasado del sórdido caso Raval de principios del siglo XXI, al caso Raval de rabiosa actualidad.

[1] De David Harvey: Urbanismo y desigualdad social, en Juan Eugenio Sánchez: Poder y espacio. Geocrítica, septiembre 1979, pg. 23.

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Autor / Autora
Vicens Valentin
Profesor colaborador en la asignatura Ciudad, inseguridad y conflicto del Máster Universitario de Ciudad y Urbanismo. Licenciado en Historia General y Geografía, y máster en Política criminal y servicios sociales. Miembro del Grupo Motor de RISE (Red Internacional para la Innovación en Seguridad).
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