Repensando el espacio desde la sexualidad

29 octubre, 2013

Me dispongo a presentar unas notas a raíz de la sesión Espacio púb(l)ico: sexualidad y control social en la ciudad, enmarcada dentro del ciclo de debates Espacio Público: políticas urbanas y ciudadanía.Una sesión en la que las ponencias de Gerard Coll-Planas y Clarisa Velocci abordaron uno de los temas menos explorados en el debate sobre la ciudad. Esta relación, demasiadas veces ocultada, nos permite repensar la noción del espacio a través de los cuerpos y las prácticas; y a mismo tiempo nos pone en jaque la esfera de lo público debido a los múltiples mecanismos de control que se dan en el espacio y a través de este.

Tabú, vergüenza, desconocimiento, dificultad… muchos son los factores que invisibilizan, aparcan o marginan la sexualidad cuando se habla de espacio público. Pero lo cierto es que la sexualidad siempre ha estado en las calles. Lo estuvo desde sus orígenes y lo está hoy de forma innegable. Amantes en los parques, caricias por las calles, desnudos en las playas, anuncios con cuerpos semidesnudos en las marquesinas del autobús, whiskerías al pie de carretera, programas de televisión con contenido sexual explícito, banderas arcoiris en las puertas de establecimientos,  anuncios de contactos en la prensa, pornografía en la red… Todo ello se acepta como normal y está presente en nuestra cotidianidad.

Sin embargo, cuando pendulamos hacia los laterales de esta supuesta normalidad, nos encontramos con prácticas sexuales que escapan de los brazos del patriarcado y la heteronormatividad. Hablamos de cuerpos raros y de prácticas sexuales transgresoras que desafían la construcción social de la sexualidad amenazando una hegemonía moral y cultural encarnada, situada y distribuida de forma múltiple y heterogénea. Es precisamente esta amenaza la que activa de forma reaccionaria mecanismos de control social – discursivos, legales y materiales – que criminalizan estas prácticas y esos cuerpos. Hablamos de mecanismos como la ordenanza del civismo en Barcelona que devienen un ataque a la diferencia y, en la mayoría de los casos, una criminalización de la desigualdad social.Unos mecanismos de control que se ejercen en el espacio público – redadas policiales, sanciones, etc. – pero también a través de este – p.e. el urbanismopreventivo – delimitando fronteras fácticas al derecho a la ciudadanía a través de la legitimidad de las normativas.

A través de la sexualidad podemos conocer también la evolución y la gestión de la ciudad. Si repasamos la historia reciente de la prostitución en Barcelona, vemos claramente como su tolerancia está muy condicionada a las exigencias de la ciudad. Así, por ejemplo, durante los primeros años de la posguerra se decidió regular y fiscalizar la prostitución con el fin de engordar las arcas de una administración paupérrima; y lo fue hasta que la defensa de la moral se tornó más importante que el pan. O cómo a las puertas de los JJOO se barrió la prostitución de las calles y bares del centro de Barcelona fomentando, entre otras cosas, el cambio de pensiones y mueblés a hoteles y apartamentos turísticos en Ciutat Vella. O como se pasó de la zona de bares maricas*, muy marginales, cerca del puerto; a un Gaixample en pleno corazón de la ciudad, evidenciando un cambio sintomático de la importancia que ha adquirido el ocio y la oferta lúdica en la ciudad. O cómo, por poner un último ejemplo reciente, se apresuraron para expropiar y derrumbar el edificio de uno de los mueblés más carismáticos de la ciudad – La Casita Blanca – afectado por la urbanización de una avenida que va a tardar años en ejecutarse.

El análisis de la sexualidad en la ciudad también nos hace emerger las contradicciones inherentes en el espacio urbano. El mismo espacio urbano que sirve de escenario para la manifestación de prácticas transgresoras, para darles visibilidad, para facilitar el encuentro entre cuerpos en búsqueda del orgasmo; es también espacio para su represión. Un barrio gay es, por antonomasia, un lugar contradictorio. Puede ser un espacio de liberación y de exposición de pero también puede servir de refugio y de escondite. Un lugar de emancipación y, al mismo tiempo, un lugar de asimilación. Esta contradicción no es exclusiva de los espacios de la sexualidad. Simplemente nos permite resaltar la condición dialéctica inherente a su producción. Esta condición dialéctica, esta negociación constante, nos hace a revisar la idea de espacio público como algo inmóvil, esencial y hierático y nos obliga a fijarnos en las prácticas y las relaciones que se desarrollan en él.

En este sentido, la sexualidad produce espacios a través del deseo. Un deseo encarnado y actuado en un espacio y tiempo concreto. En este sentido, el espacio está en permanente estado de transformación. Esta imposibilidad de entender el espacio urbano de forma esencial, fija y determinante la evidenció de forma brillante Gerard Coll-Planas a través del itinerario virtual por los espacios maricas del centro de Barcelona. Espacios que fueron refugio de sexualidades transgresoras son hoy lugares abandonados o resignificados; y al mismo tiempo, nuevos espacios para la práctica sexual han emergido donde no los había. A su vez, la necesidad de reivindicar espacios concretos para poder llevar a cabo prácticas sexuales transgresoras es también controvertido y las motivaciones para esta reivindicación pueden ser variadas: desde el placer por la marginalidad y el potencial creativo de lo maldito a la homofobia interiorizada. En todo caso, tal y como nos recuerda Gerard Coll-Planas, siempre que la marginalidad no sea la única opción de actuar la sexualidad, la decisión de reivindicar un espacio surge de combinación entre el placer y la voluntad a nivel individual y el compromiso político que uno pretenda adquirir a través de su sexualidad en un contexto determinado.

Una forma de reforzar la idea de que el espacio es fruto de las relaciones entre actores en un momento en concreto es analizando los lugares donde se practica el cruising en Barcelona. Veremos cómo estos espacios de relaciones esporádicas, de sexo rápido, ni están pensados ni diseñados para ello ni mucho menos ocupan un lugar marginal en la ciudad. Sitios tan genéricos y centrales como los servicios de un centro comercial o el Parque Güell pueden devenir, volverse, transformarse espacios cargados de connotación sexual. De la misma manera, uno puede, si lo desea, llevar a cortar el pelo de su hijo a una peluquería gayfriendly en el corazón del Gaixample. Todo ello nos evidencia el carácter contingente del espacio, que no debe ser definido por lo que representa sino por lo que se hace en él en un espacio-tiempo concreto.

Por último, cuando pensamos en maricas y putas en el espacio urbano, la esfera de lo  público se difumina, se vuelve translúcida, casi opaca. Porque resulta que lo público es también lo privado y lo íntimo. Pensar e intervenir en lo público supone demasiadas veces cuestionar – y reprimir – los deseos íntimos obligándonos a dar una vuelta más de tuerca a los discursos críticos para poder hablar un todos y todas sin el tamiz lo normal y los estigmas que se derivan de ello. La sexualidad nos destapa el individuo y las relaciones entre personas haciendo imposible distinguir y generalizar realidades sociales cuando sólo hay cuerpos diferentes actuando. Lo dejó muy claro Clarisa Velocci cuando desmontó la identidad que se le asigna a la puta (como estigma) en múltiples identidades, tantas como mujeres ejercen la prostitución. Y es que las putas no son putas todo el día. Son sobre todo mujeres, algunas son madres, amigas, clientes, agentes políticos… El lema de las últimas manifestaciones contra el ataque de la prostitución es claro: “Nos multan por lo que somos, no por lo que hacemos”. Las multan por ser putas, no por estar ejerciendo la prostitución. El estigma pesa más que la práctica y, con él, la criminalización se legitima de forma generalizada.

Clarisa Velocci, con su excelente intervención, nos invitó también a repensar las fronteras de la ciudad de las que hablábamos antes cuestionando la visión del espacio público. Un espacio como instrumento ideológico que debe cambiar del espacio de todos y todas – imposible de llevar a cabo al estar cargado de estigmas y connotaciones – por el de espacio de nadie. Y es que sólo así podemos empezar a negociar de forma equidistante por nuestros derechos urbanos sin el lastre de lo que representamos, demasiadas veces utilizado para legitimar el control sin distinguir cuerpos, diferencias ni actuaciones.

* Nota del autor: Hablamos de maricas como adaptación castellana a queer. Con ello queremos hablar de las sexualidades del margen, aquellas que no caben ni en la heteronormatividad ni en las construcciones homonormativas estereotipadas – pe. gay.

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Autor / Autora
Colaborador del programa Ciudad y urbanismo. @aariassans. Escribe en La Trama Urbana.
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