Paisaje y paisanaje

5 mayo, 2014

Por Ferran Ferrer Viana y Santiago Uzal Jorro.

El concepto de paisaje que desarrollamos en el postgrado en Gestión de la Ciudad de la UOC es singular. No lo estamos considerando como lo hacen el común de los tratadistas interesados en el tema. La manera en la que lo abordamos aspira a ser una forma aceptada comúnmente de plantear las reflexiones sobre el paisaje, y que pueda ser entendida por la generalidad de los actores urbanos como la aproximación más eficaz para abordar las soluciones al espacio urbano.

Pero habrá que convenir que, de momento, cuando se habla de paisaje las referencias que abundan son las que lo contemplan como un valor escasamente relacionado con algo que no sea la forma o el ajuste a ciertos cánones de proporción entre las magnitudes físicas, que es lo que se ha dado en convenir que forma el paisaje.

Sin embargo, nuestra particularexperiencia de la gestión del paisaje, sobretodo cuando se trata de un paisaje urbano, parece aconsejar poner el acento en la función.La percepción y el uso, el preceptor y el usuario -léase el ciudadano- juegan en este caso un papel esencial.

Los paisajes, los espacios urbanos, valen, adquieren valor o se deben valorar por las diversas experiencias que acumulan, derivadas del uso que de ellos hace el paisanaje (incluidos los militares, por supuesto). Esas experiencias forman parte inseparable del paisaje urbano, y su positividad o negatividad son las que, en definitiva, califican la calidad de ese paisaje. Más experiencias positivas: mejor paisaje; más experiencias negativas: peor paisaje.

La ciudad es la gente. Sea de quien sea la frase, es una aseveración que refleja perfectamente este concepto.

Nuestro concepto funcional se nutre, además, de un valor esencial relacionado con la propiedad colectiva del uso de los bienes privados y públicos. El paisaje contiene un valor, fundamentalmente de uso, que el conjunto del paisanaje puede disfrutar individualmente sin importar la propiedad. Ello comporta, por un lado, una responsabilidad pública sobre el paisaje, sobre su conservación y su adecuación a los usos urbanos. Y ello justifica, también, que se empleen recursos públicos – no sólo económicos – en la protección y mejora de los valores paisajísticos. Naturalmente todos los de titularidad pública, pero también los de propiedad privada.

Así, cuando hablamos de paisaje estamos teniendo en cuenta un conjunto de sensaciones difícilmente medibles, pero que en su conjunto determinan la calidad del paisaje y permiten relacionarlo con la eficacia y la eficiencia de los recursos empleados en su mejora. Nos estamos refiriendo a la necesidad de aplicar lo humano al tratamiento urbano. Los urbanistas, desde no hace tanto, incorporan a sus enfoques el análisis perceptual, psicológico o descriptivo del paisaje urbano, pero aún les falta tener en cuenta su dimensión principal: resulta que a la gente le pasan cosas en ese paisaje, cosas que se incorporan a sus propias vidas.

No se trata sólo de establecer una adecuada relación entre el espacio construido (mayoritariamente privado) y el espacio libre (mayoritariamente público). Se trata de facilitar la relación de la gente con su paisaje, con su mobiliario urbano ordenado y funcional, con sus identificadores comerciales y urbanos, con sus referencias paisajísticas singulares de evocación histórica o artística. Se trata también de diseñar un paisaje que evite, o al menos no promueva, los usos no deseados y de facilitar que la gente se apropie de ese entorno colectivo que le ayuda a situarse en el tiempo y en el espacio, y que le confiere la posibilidad de apropiarse de ese paisaje en el día a día y en la memoria de los hechos sucedidos.

Al ser percepción, el paisaje no se agota en la contemplación visual, en la estética que percibe el ojo y se refleja en la fotografía o en el plano. Los otros cuatro sentidos juegan también su papel. El ruido es paisaje, la rugosidad de una pintura es paisaje, las dotaciones para facilitar el uso a personas con disminución, son evidentemente paisaje. En sentido amplio, un ascensor, un panel solar, una pared vegetal, son paisaje. Pero lo son, conviene no olvidarlo, porque son susceptibles de ser usados por la ciudadanía y quedar para siempre relacionados con su experiencia vital en la ciudad.

Siendo así, se comprende que la responsabilidad sobre el paisaje recaiga no exclusivamente sobre los planificadores públicos, sino también de forma importante sobre el sector privado. Los ciudadanos deben mantener adecuadamente aquella parte de los elementos que forman parte del paisaje y les son propios. Y al mismo tiempo, el uso colectivo que se puede hacer de ellos justifica que el sector público les ayude con subvenciones o con un asesoramiento adecuado para su gestión.

Por otra parte, el paisaje tiene un valor productivo que convenientemente gestionado puede generar beneficios que, siempre, deberían ser reinvertidos íntegramente en la mejora del paisaje utilizado. Nos estamos refiriendo a un sistema totalizador en el que interviene, por descontado, el diseño funcional, pero que necesita para sobrevivir de la comunicación, de la publicidad o de las técnicas vinculadas con la notoriedad o el prestigio de participar en hacer posible un entorno gratificante para un conjunto significativo de ciudadanos, que a la vez son consumidores.

En verdad estamos tratando de situar un concepto relativamente nuevo, sesgado durante mucho tiempo al ser considerado el paisaje como un espacio natural con una cierta identidad visual, o la manifestación sintética de las características geográficas y fisonómicas que concurren en un espacio urbano concreto, conceptos en los que ni siquiera se incluye la capacidad recreativa del paisaje.

Se conviene que una las primeras definiciones de paisaje urbano no se produjo hasta los años cincuenta del pasado siglo, cuando la revista TheArchitectural Review lo utilizó para reivindicar la identidad específica del espacio público dentro de la artificialidad radical de la ciudad. La ambigüedad de la definición – todas las definiciones que no tienen en cuenta el uso del paisaje lo son – no lo era en cuanto a la voluntad de convertir un paisaje que nace de forma natural de la interrelación entre el espacio construido y el espacio público, en el objeto del deseo del proyecto arquitectónico. La fe exclusiva en que el diseño pueda ser capaz de dirigir la creación de ese paisaje artificial que pretende transformar el espacio público urbano.

Aquel fue ciertamente un paso adelante, que permitió tratar singularmente cada espacio en cada barrio, liberándose de la presión de los planes generales que, como señala el arquitecto Oriol Bohigas, siguen confundiendo el urbanismo con la planificación territorial. El proyecto arquitectónico se apresuró, en el mejor de los casos, a incorporar conceptos de paisajismo que atendían preferentemente a la jardinería de los espacios.

Creemos llegado el momento de considerar el paisaje urbano como un sujeto de planificación pero también, y fundamentalmente, de gestión, en el que se tengan en cuenta los conceptos económicos del uso y de la utilidad. Y es bueno ver que la gestión, y en especial la gestión del uso del paisaje urbano, exige la consideración integral de todos los factores que conforman el paisaje como bien de libre consumo que permite el desarrollo personal y el encuentro social. Es precisamente la interrelación entre el paisaje urbano y el hombre, la que convierte la gestión del uso en la piedra angular de este nuevo concepto.


Acerca de los autores

Ferran Ferrer Viana es economista. Hasta el año 2012 ocupó posiciones de alta responsabilidad en el Ayuntamiento de Barcelona. Entre 1985 y 2001 fue gerente del Instituto Municipal del Paisaje Urbano y la Calidad de Vida (IMPU), que puso en marcha la campaña Barcelona posa’t guapa. En el año 2010 fue comisionado del pabellón de Barcelona en la Expo Universal de Shanghai. Actualmente asesora campañas de mejora del paisaje urbano en distintas ciudades del mundo.

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Santiago Uzal Jorro es licenciado en derecho. Master en gestión y administración pública local. Entre 1999 y 2005 fue responsable de la gestión de los usos del paisaje urbano del Instituto Municipal del Paisaje Urbano y la Calidad de Vida (IMPU) del Ayuntamiento de Barcelona. Funcionario de administración local, es docente en el curso Gestión de Proyectos Urbanos y Espacio Público del programa de postgrado en Gestión de la ciudad de la UOC.

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Autor / Autora
Profesor colaborador en la asignatura Instrumentos para hacer ciudad del Máster Universitario de Ciudad y Urbanismo. Licenciado en Derecho. Instituto Municipal del Paisaje Urbano y la Calidad de Vida (IMPU) del Ayuntamiento de Barcelona.
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