COVID-19: inseguridad y conflictos que vendrán

30 abril, 2020
inseguridad y conflicto en tiempos de COVID-19 Foto: Etienne Pauthenet /Unsplash

Escribir sobre los efectos del COVID-19, es como nadar en un río caudaloso corriente abajo, los datos, las noticias y las opiniones navegan más veloces que nuestra capacidad de análisis. En todos los artículos se repiten, de manera circular,  datos, ideas y temores. Mientras tanto se siguen tomando decisiones ante una realidad cambiante que no podemos dominar.

Los gobiernos han demostrado su desconocimiento científico sobre el virus y son incapaces de ofrecer datos fiables sobre los infectados y los fallecidos. Las decisiones se han tomado sobre modelos de proyección estadística de la enfermedad y el gran dilema ha sido tener que adoptar decisiones dicotómicas: salvaguardar la salud de la población, o el funcionamiento de la economía. 

Dice Richard Horton “los políticos (./.) sabían que el sistema de salud de la mayoría de los países no estaba preparado para una situación como ésta”. Sin medios sanitarios y sin vacunas en la mayoría de los países afectados se ha apostado por el confinamiento para frenar la infección. Se trata de una medida simple y muy antigua, por no decir atávica, que se ha usado como medida básica de profilaxis desde que las epidemias aparecieron en las polis clásicas o en las urbes medievales. Van asociadas a la vida urbana y es fruto de una ecuación sencilla: se cierran las puertas, se evita la propagación. Hasta la invención de las vacunas en el siglo XVIII, sólo había que esperar a que los contagios remitieran. Cómo se conseguía el control murallas adentro, es otra cuestión.

Mientras la infección llenaba de enfermos las UCI’s de los hospitales y de cadáveres los tanatorios, las medidas para hacerlo cumplir han sido bastante eficaces. La limitación de la movilidad ha sido impuesta con medidas drásticas de control físico llevado a cabo por la policía (y en muchos países también por el ejército). 

Se han denunciado actitudes autoritarias y la aplicación creativa del principio de discrecionalidad por parte de la policía con cientos de denuncias por incumplir el confinamiento. En algunos países (como España) donde se aplican leyes no destinadas a este fin las actuaciones van desde amonestaciones o denuncias por pasear a un perro a una distancia “objetivamente” establecida por la patrulla actuante, a denuncias a organizaciones vecinales de ayuda mutua por repartir comida entre los ciudadanos sin recursos, sin papeles o sin hogar, a directamente violencia policial y abusos injustificables contra las personas.

Complementariamente, se han desarrollado estrategias de control virtual implementadas por las grandes corporaciones tecnológicas, como Google o Apple, en lo que podríamos llamar un modelo de confinamiento 3.0.

Desigualdad y conflicto

La pandemia se está desarrollando sobre una economía debilitada. La crisis del 2007 se cerró mediante el rescate financiero sufragado con dinero público (y capital chino) y el impulso de un sistema de consumo masivo que despreció las políticas de pleno empleo, impulsó las políticas de expansión del crédito y desmanteló la protección social de los trabajadores (Fontana 2011).

Sobre esa base debilitada, el COVID-19 ha supuesto el derrumbe temporal de un modelo económico basado en el consumismo -debido al pánico al contagio y las restricciones de la movilidad-. El turismo global está en bancarrota: viajes, congresos, ferias internacionales, conciertos, eventos deportivos, que estimulaban la economía, han desparecido de las agendas. Los datos del desempleo a nivel mundial prevén millones de parados.

Harvey, en el inicio de la pandemia, planteaba: “¿cómo podría el modelo económico dominante, con su decaída legitimidad y delicada salud, absorber y sobrevivir a los inevitables impactos de lo que podría convertirse en una pandemia?” La respuesta dependerá “de cuánto pudiera durar y propagarse (la pandemia), pues, como señalaba Marx, la devaluación no se produce porque no se puedan vender las mercancías sino porque no se pueden vender a tiempo” (Harvey 2020) especialmente cuando la fábrica del mundo se ha visto afectada seriamente.

Los virus conocen de clases y de fronteras sociales e infectan más a unas que a otras. Hay más infectados entre las minorías y los grupos con menos recursos que entre el resto de la población. Sobre los países empobrecidos no tenemos datos, ni parece que nos interesen. La pandemia preocupa por que afecta al mercado global y no tan sólo a los países parias, como nos tienen acostumbrados las epidemias (ébola, dengue, cólera o fiebre amarilla).

Y empiezan a apreciarse los nervios. Han comenzado las protestas contra el confinamiento: en USA, el propio Trump, ha llamado a la revuelta contra los gobernadores de algunos estados demócratas; en Alemania; en Bélgica, tras la muerte de un joven de un barrio industrial de Bruselas que era perseguido por la policía; y en Francia, se han producido, como no en las banlieues de la periferia de París, cuando la policía ha herido de gravedad a un joven.

El conflicto ha estallado, también, en los países de la periferia del G-7, donde el virus y el hambre compiten: en Argentina, en Perú, en Ecuador, en Colombia, en Venezuela; en EL Salvador, en muchos países de África, al borde del colapso sanitario; o en la India donde el caos por el confinamiento y los conflictos religiosos han estallado.

En esta crisis sin plazos claros ¿Cómo responderán los estados? 

Es difícil que las limitaciones de la movilidad puedan mantenerse en una situación sin riesgo de contagio grave. Pero es muy probable que esas medidas de control se quieran seguir utilizando tras la remisión de la pandemia para controlar la respuesta social. 

En Francia, queman las banlieues, y sabemos cómo ha gestionado el conflicto de los chalecos amarillos. En países con un claro déficit democrático donde los derechos humanos no se respetan, como en China, conocemos cómo han gestionado hasta la fecha los conflictos de Tíbet, Sinkiang y Hong Kong y también como han controlado el confinamiento. 

En España la tradición señala la posibilidad de respuestas parecidas: del 1’O de 2017 en Catalunya, a las huelgas generales o a los desahucios cotidianos. La policía se ha posicionado sobre los escenarios de futuro (como hicieran en el 2007) apuntando a los tópicos, manifestando su temor a que, tras la pandemia, los focos de los “desórdenes y el saqueo” (sic) aparezcan en los barrios socialmente deprimidos. Poca ciencia y mucho Lombroso.

En tiempos de confinamiento, el desarrollo de instrumentos de control no nos inclina a esperar una situación mejor a la anterior a la expansión del virus. Las medidas de control debilitan las redes de solidaridad social y vecinal que se han ido desarrollando en muchas ciudades y países. El aislamiento social despolitiza a la ciudadanía y la desempodera, y anula la confianza en los poderes públicos (para aquellas personas que piensen que se trata de una afirmación conspiranoica, les reto a que intenten creer en los consejos de Trump para la prevención de la enfermedad).

En los últimos años una fuerte corriente de corte autoritario y fascista amenaza a los movimientos en favor de los derechos humanos y los colectivos más frágiles. Polanyi había analizado la relación entre el modelo económico liberal y el cataclismo autoritario que favoreció la aparición del fascismo en el primer tercio del siglo XX (Polanyi 1989), y cómo las alianzas entre el conservadurismo y el fascismo facilitaron su expansión. Y parece que el proceso se repite en muchos países.

Deberemos aprender a retomar las luchas por todo aquello que quedó en el aire con la pandemia, que ha tapado el confinamiento y que agravará la crisis que ya ha comenzado. Porque lo que es seguro es que, tras el confinamiento, nada volverá a ser como lo habíamos conocido. Habrá que  estar preparados.

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Autor / Autora
Vicens Valentin
Profesor colaborador en la asignatura Ciudad, inseguridad y conflicto del Máster Universitario de Ciudad y Urbanismo. Licenciado en Historia General y Geografía, y máster en Política criminal y servicios sociales. Miembro del Grupo Motor de RISE (Red Internacional para la Innovación en Seguridad).
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