Dotar de urbanidad las ciudades para conservar la naturaleza

15 octubre, 2014

Badalona 8 de Agosto,

Llevo 40 días consecutivos regando 4 tomateras que compré en un mini garden urbano del lado de casa. 40 mañanas y 40 tardes, en verano el calor aprieta y la evapotranspiración potencial de este tipo de plantas se dispara, hace falta regarlas dos veces al día pues. 40 mañanas y 40 tardes cogiendo la regadora, llenándola de agua potable de red captada en el río Ter a 100 km de distancia de mi casa, potabilizada en la ETAP de (Cardedeu – la Roca) y transportada por gravedad y bombeos  hasta el grifo de mi casa, previo almacenamiento y cloración en los depósitos reguladores, hasta depositarla a mano con una regadora a mis preciosas tomateras, si alguna mañana me he despistado casi se me mueren! Calculo que ya he gastado unos 500 litros hasta día de hoy.

La rutina no es fácil, la estructura de madera de huerto urbano que me regalaron con tela filtrante drena a la perfección, pero el pavimento de mi balcón no es permeable y el agua circula superficialmente hasta poner en peligro mi relación vecinal con los habitantes del piso de abajo; y si pongo una plataforma o bandeja para que retenga el agua sobrante, tendré que estar sufriendo continuamente para que no se me genere una plaga de mosquito tigre o Aedes mal nacidos. Total, que salgo con la regadora y una fregona al balcón y friego el agua sobrante…

Resultado hasta ahora: 15 tomates cherry y 4 tomates corazón de buey, que aun no he recogido…, aunque la orientación del balcón es buena (Sur-este). El balcón del vecino de arriba, bien diseñado por el arquitecto del bloque de pisos, sobresale de la fachada lo suficiente para que, a partir de las 12h, ya no entre ni un rayo de luz directa en verano, así el piso se comporta mejor climáticamente, pero claro, las tomateras tan solo reciben 3 horas de sol directo y los tomates no acaban de madurar.

Por otro lado, aunque tengo un parque delante de casa, la poca densidad de flores de los balcones de los vecinos, y el ajardinamiento del parque, no hacen la zona habitable a los insectos polinizadores, y la gran mayoría de las flores de la tomatera se secan antes de ser polinizadas ni que sea por el viento. De hecho, a veces pienso que mejor, el otro día mi mujer casi me da una colleja mientras observaba ilusionado un par de himenópteros, medio perdidos, que habían entrado en casa atraídos por las tomateras, antes de poderle explicar la magnífica función que podían realizar los bichos. No me atrevo a pensar que pasaría si la tomatera atraería a decenas de insectos…

En fin, que cada día me doy más cuenta que las tomateras las compré para que mi hija, de dos años y medio, supiese de donde salen los tomates y no por la superproducción y autosuficiencia que me pudiesen ofrecer.

Sí, es verdad, podría perfeccionar mucho más mi sistema agro-urbano: riego automático, sensores de humedad, jardineras verticales, etc… pero no tengo tiempo ni dinero. A parte, por mucha sofisticación que incluyera en mi huerto urbano, difícilmente podría llegar a cuotas más elevadas de autosuficiencia, como sería el aprovechamiento de las aguas grises de mi piso, no está preparado, y si ya la lío gorda cogiendo el agua del grifo, me da miedo imaginar diseñar yo mismo un sistema paralelo, ni conozco aún nadie que lo haga.

El otro día, mirando “Her”, intenté pensar en un futuro ideal, en que las casas tuviesen todos estos problemas solucionados. Pero así como la película de Spike Jonze nos plantea un futuro no muy lejano, no veo tan cerca en el tiempo la implantación de determinados sistemas de reaprovechamiento de flujos materiales y energéticos, por lo menos no en el parque de viviendas existente. Y por otro lado, no logré encontrar respuesta a la concentración de recursos como el agua, el suelo o los polinizadores sin esfuerzo energético extra, ya que son parámetros que siguen ciclos naturales con tiempos prolongados y con una necesaria distribución sobre el territorio.

Todo ello, me lleva a pensar en la emergente voluntad de llenar la ciudad de huertos urbanos (permacultura 1 2) y de forma más amplia re-naturalizar las ciudades. Estrategias como regreening cities, urban farming, son cada vez más frecuentes, y desde mi punto de vista suponen oportunidades, pero tienen asociadas varias amenazas.

Como planteaba anteriormente, mis 4 tomateras tienen una función (o servicio ecosistémico) relevante en la educación ambiental de mi hija, pero como máximo me ayudaran a completar unas cuantas ensaladas si tengo suerte. A escala de ciudad, los huertos urbanos pueden tener un papel relevante en los servicios ambientales culturales, una función social y de educación ambiental para varios grupos de población, como la gente mayor, o las escuelas; pero difícilmente se pueden relacionar con el término autosuficiencia.

A escala territorial, una ciudad es, entre muchas otras cosas, una concentración de relaciones, flujos de movilidad, de información, y también de flujos metabólicos, consumos, transformaciones y residuos derivados del uso de recursos como el agua, la energía y los materiales. Recursos que a diferencia de otros vectores, tienen una obligada distribución territorial y ciclos de renovación más o menos lentos que los hacen renovables o no a diferentes escalas temporales.

Este hecho, transfiere a la ciudad una necesidad de relaciones de entrada y salida de flujos ambientales que muchas veces llegan a tener una escala incluso planetaria, y que si la traducimos a nivel de superficie, multiplican la superficie ocupada por la ciudad. (La huella ecológica del Àrea Metropolitana de Barcelona, por ejemplo, representa en Ha globales entre 275 y 550 veces su superficie).

¿Quiere decir esto que las ciudades sean insostenibles y un modelo negativo para conservación del medio ambiente?

Si consideramos un ámbito regional concreto, la conclusión es la contraria. La organización partiendo de centralidades urbanas, entendidas como núcleos urbanos con concentración de población (densidad), concentración de relaciones de proximidad (compacidad) y diversidad de usos (complejidad), como las define Jordi Borja en su artículo “Comercio, ciudad y cultura”, ha demostrado ser un modelo mucho más eficiente en la utilización de los recursos, que la organización partiendo de tejidos urbanos dispersos, de baja densidad o excesivamente especializados.
Un ejemplo es el consumo de agua por habitante de las tramas urbanas dispersas con casas unifamiliares y jardines, donde el consumo de agua tiende a multiplicar el consumo de agua de las ciudades compactas (Saurí, 2005).

Consumo doméstico de agua según tipología de vivienda en la Región Metropolitana de Barcelona (l/habitante/día, 2004)

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Fuente: Boada, M.; Domenec, E; Garriga, N.; Martí, X.; Molina J., i Saurí, D., Estudi del consum d’aigua als edificis de la regió metropolitana de Barcelona. Situació actual i possibilitats d’estalvi, Institut de Ciència i Ternologia Ambientals de la Universitat Autònoma de Barcelona/Fundació Abertis/Fundació AGBAR/Departament de Medi Ambient i Habitatge, Barcelona, 2004.

Es más, ha permitido una menor ocupación del suelo y la presencia de áreas agrícolas y forestales mejor conservadas al exterior de los núcleos urbanos.

Dentro de este esquema organizativo, las estrategias de renaturalización de la ciudad, tienen una clara amenaza para el medio ambiente si se interpretan de forma errónea.

Como dijo Josep Enric Llebot en el Global Eco Fórum de Barcelona, no se le puede pedir de todo a la ciudad, será difícil, por ejemplo que podamos llenar nuestra cesta de setas en la ciudad sino los compramos. Los huertos urbanos nunca tendrán una relación producción/uso de recursos equiparable a la mayoría de espacios rurales, y yendo más lejos, la conservación de determinadas especies silvestres en la ciudad puede suponer una relación coste/beneficio enormemente mayor que determinadas actuaciones en entornos agro-forestales o zonas críticas para la funcionalidad de redes ecosistémicas.

Cabe considerar, pues, que determinadas actuaciones de re naturalización de las ciudades, si afectan alguna de sus funciones urbanas, pueden generar impactos externos en zonas agroforestales con valores y capital natural superior al del espacio urbano.

¿Quiere decir esta reflexión que las ciudades no tienen que incorporar ecosistemas naturales en su tejido? 

Ni mucho menos. Quiere decir que la incorporación de estos ecosistemas tiene que tener como objetivo principal hacer la ciudad habitable, aumentar la calidad de vida de la población que la habita y no el conservar la naturaleza dentro de sus entornos per se.

Los ecosistemas urbanos, la infraestructura verde, tiene un papel fundamental de soporte a la provisión de servicios culturales como el ocio y el recreo, la relajación, el paseo, las actividades deportivas al aire libre, la educación ambiental; y proporcionan servicios que contribuyen de forma notable a la mejora de la condiciones de calidad de vida de la ciudad: Termorregulación, regulación hídrica, diminución del efecto isla de calor, mejora de la calidad del aire, disminución de la percepción del ruido, etc.. Incluso pueden repercutir en un coste menor en otros tipos de infraestructuras de la ciudad si se planean correctamente.

Todos estos servicios son fundamentales para que las ciudades sean espacios realmente habitables y de hecho este es, a mi entender, el objetivo fundamental a nivel ambiental de las metrópolis, compatibilizar los beneficios a nivel de eficiencia en la utilización de los recursos que representan la densidad, compacidad y complejidad de las centralidades urbanas, con la habitabilidad y calidad de vida de estos espacios.

No obstante, al abordar las estrategias de la renaturalización desde un punto de vista más conservacionista, cabe ampliar la escala. El mosaico territorial, nos muestra zonas con más y menos intensidad de uso de actividades antrópicas establecidas hace siglos sobre una matriz física y biótica preexistente con unos ciclos geológicos y bioquímicos determinados, y con procesos y relaciones ecológicas dinámicas que han evolucionado a lo largo del tiempo y han sido alterados también por la actividad humana, hasta el punto que esta actividad puede condicionar su funcionalidad y de esta forma también los servicios ecosistémicos que esta matriz nos ofrece.

Las ciudades son una pieza fundamental para que este mosaico territorial pueda albergar una especie como la nuestra, la humana que consume gran cantidad de recursos, sin que se afecte de forma extensiva y indiscriminada las redes ecológicas y sus servicios ecosistémicos. Pero para que esta situación ideal se materialice, hace falta que las ciudades sean funcionales y organizadas dentro de sus límites, para que no exporten sus necesidades de ocupación de suelo, movilidad, recursos y energía de forma dispersa y más impactante al resto de territorio.

La autosuficiencia de las ciudades pasa en primer lugar por asegurar sus funciones urbanas. Dotar de urbanidad las ciudades es trabajar para conservar la naturaleza.

Notas

1 es.wikipedia.org/wiki/Permacultura
http://www.urbanpermacultureguild.org/

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Autor / Autora
Profesor colaborador en la asignatura Medio ambiente y metabolismo urbano del Máster Universitario de Ciudad y Urbanismo. Licenciado en Ciencias Ambientales. Oficina técnica del Plan Director Urbanístico del Área Metropolitana de Barcelona. / @JacCieraVal
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