El mito de la ‘Smart City’

6 septiembre, 2015

La tecnología no siempre juega a favor de los ciudadanos. En el año 2010 IBM lanzó una campaña  publicitaria: Smart Cities Challenge. Y en el  año 2011 lanzan un nuevo producto dirigido a un público específico y extenso: los gobiernos locales: Intelligent Center for Smarter Cities. Se trata de ofrecer el tratamiento de la información  utilizando las tecnologías informatizadas o digitalizadas para exponer las problemáticas urbanas y las respuestas más generalizadas. Sobre transportes y movilidad, salud pública, vivienda, seguridad ciudadana, estado del espacio público, gestión de los servicios urbanos básicos (agua, energía, infraestructuras, etc.), reconversión de zonas degradadas o en proceso de cambio, grandes proyectos expansivos, etc. Las informaciones y las soluciones devienen tan  “objetivas” como los “mercados”   y  las grandes empresas de servicios (con frecuencia más privadas que públicas) se presentan como poseedores de las respuestas. Algunas grandes ciudades compraron el producto, Rio de Janeiro la primera, con resultados más que dudosos. Luego este producto y los similares han ido vendiendo a las ciudades cualquier cosa que se etiqueta “smart city”.

¿Cúal es el porqué de la emergencia de este mercado y del éxito del slogan Smart City?. Las administraciones locales por una parte son de facto menospreciadas por los Estados. Poseen escasos recursos en relación con las demandas sociales de proximidad. Excepto las grandes ciudade el resto son minusvaloradas en el escenario público. Se les considera con frecuencia reacias a la modernización o al “localismo” lo cual no es hoy así.. Por otra parte  en las últimas décadas las instituciones políticas y los partidos han perdido credibilidad y
los ciudadanos mantienen una cierta confianza en gobiernos locales y es en este marco que pretenden acceder o conquistar sus derechos y reivindicaciones. Las dinámicas participativas y las políticas neoliberales han coincidido sin pretenderlo en revalorizar las políticas locales. En unos casos con vocación democrática  y en otros casos en transferirles competencias inasumibles y favorecer las privatizaciones. En este entorno, global y local, las ciudades grandes y medias especialmente, han emergido como actores sociales, representados por los gobiernos y las elites locales. Las ciudades se hacen publicidad: globales, competitivas, sostenibles, integradoras, inteligentes, del conocimiento, participativas, atractivas, de calidad de vida, etc. Unas etiquetas que en muchos casos sirven para legitimar políticas locales casi siempre contradictorias respecto a los objetivos que se anuncian. Se vende la ciudad a favor de unas minorías que se lucran de los acelerados procesos de acumulación de capital mediante usos depredadores,  intervenciones especulativas y mercados cautivos.

IBM no es  una  ong, ni un organismo bien intencionado de Naciones Unidas, ni una federación de entidades públicas o ciudadanas. Es una empresa integrada en el capitalismo financiero global que únicamente pretende conseguir un lucro a corto plazo para lo cual precisa la comprensión de los gobiernos nacionales y la complicidad de las grandes empresas de servicios. Es una gran multinacional que sirve y se sirve a  y de los poderes políticos y económicos de cada país. En la práctica persigue tres objetivos. Primero: vender hardware en muchos casos sobredimensionado o inadaptado al gobierno o municipio. Se aprovechan del papanatismo de políticos o funcionarios que pretenden situarse por una vía rápida en la última modernidad. O por complicidad corrupta. Es escandaloso el coste o el despilfarro que se producen en nombre de la tecnología y de la información, de la falsa sostenibilidad o de la gestión privada de servicios de carácter público. Segundo: la tecnología comporta un conjunto de ítems e indicadores sectoriales, sin relacionarse los unos con los otros. Lo cual no tiene en cuenta las
necesidades de las poblaciones
pues la vida urbana requiere políticas integrales e intedependientes. Gran parte de la información no es de fácil acceso ni de comprensión
para la gran mayoría. Y sobretodo en muchos casos la información es poco significativa. Por ejemplo la magnitud de las desigualdades o los beneficiados del uso de la ciudad no aparecen. Tercero: se uniformizan las políticas al margen de las estructuras y comportamientos sociales, las culturas históricas locales, las prioridades que requieren cada lugar. Es la versión tecnoeconómica de la “ciudad genérica”. Las ciudades pierden identidad colectiva y la ciudadanía se atomiza. Los ciudadanos lo son cuando son “conciudadanos” y se pueden identificar con su lugar.  Todo ello legitimado por las”nuevas tecnologías” cuya aplicación nos dicen conseguiremos ciudades maravillosas y ciudadanos felices. En el Foro Urbano de Medellín, en
2014, escuchè a un alcalde de una gran ciudad europea que con las tics  se resolverán las desigualdades sociales.

IBM ha puesto de moda el anglicismo “Smart City” que ha substituído su equivalente en castellano, ciudad inteligente, que es menos excitante y polisémico. Otros términos o slogans han pasado de moda ciudades competivitvas, del conocimiento, con marca propia, creativas, etc. El término Smart sugiere inteligencia, inmediatez, accesibilidad a todo tipo de conocimientos, progreso, ultramodernidad, al alcance de todos los ciudadanos , etc.

Las tecnologías transformadoras de la vida social en sus inicios representan una promesa. Pero en sociedades altamente desiguales y poderes políticos cómplices sus usos sociales se pervierten. Sucedió en las anteriores revoluciones industriales y ocurre ahora con la informatización. La historia nos enseña que las promesas de las grandes  innovaciones tecnológicas
han servido para lo bueno o para lo malo, para mayorías o para minorías, con efectos positivos o todo lo contrario. En todo caso no son neutras. Sus usos han sido casi siempre ambivalentes. Depende  de quien las produce, las vende, las compra y se apropia de su uso.

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Autor / Autora
Jordi Borja Sebastià
Profesor Emérito y Presidente del Comite Académico del Máster Universitario de Ciudad y Urbanismo de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Doctor en Geografía e Historia por la Universidad de Barcelona y Geógrafo urbanista por la Université de Paris-Sorbonne. Ha ocupado cargos directivos en el Ayuntamiento de Barcelona y participado en la elaboración de planes y proyectos de desarrollo urbano de varias ciudades europeas y latinoamericanas. Fue Presidente del Observatorio DESC (derechos económicos, sociales y culturales). Website
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