La gestión pública ante las plataformas digitales

4 julio, 2016

Las plataformas digitales han emergido con fuerza en los últimos años. Más allá de acciones y reacciones en el ámbito normativa, de disputas sectoriales vinculadas a la pervivencia de monopolios, las reacciones que suscitan se pueden dividir en dos grandes bloques: los cyberescépticos colaborativos y los cyberutópicos colaborativos.

Los cyberescépticos colaborativos son aquellos que advierten de la vacuidad de la economía colaborativa, de su retórica pseudo-revolucionaria impulsada por grupos y plataformas que actuan más bien como vanguardia de las multinacionales de la tecnología digital. Para los cyberescépticos colaborativos la economía colaborativa no representa en ningún caso un cambio de era ni tampoco la superación de las instituciones. No en vano el término “institución” proviene de instrucción, directriz, de modo que para los cyberescépticos colaborativos las plataformas digitales son también instituciones en sí mismas, son corporaciones empresariales que establecen sus directrices. Aunque su modelo de negocio pueda beneficar a usuarios y proveedores (el ciudadano productor) la plataforma digital corporativa no dejar de establecer las condiciones del servicio, las reglas del juego:
dicen lo que tienes que hacer, cuando y como debes hacerlo. Los cyberescépticos también advierten igualmente del riesgo de vigilancia excesiva o incluso de control autoritario que permite internet a todo lo que hacemos y señalan la paradójica coincidencia de la postura cyberutópica respecto a las plataformas digitales con la ideología del Do it you self. Para las cyberescépticos colaborativos la emergencia de la economía colaborativa tiene que ver en cierto modo con una especie de fusión del discurso contracultural de los años 60, de los movimientos antiautoritarios y de un tecno-utopismo naif con la reivindicación neoliberal del Estado “mínimo”. Es así como unos y otros coinciden en explotar a través de las plataformas digitales ciertos imaginarios colectivos –de comunitarismo, autonomía, reciprocidad, autenticidad sostenibilidad o de relación entre iguales- y así poder legitimar su modelo de negocio. Para los cyberescépticos colaborativos las plataformas digitales corporativas (controladas ya en muchos casos por grupos de inversión)
aparentan el triunfo de un cierto capitalismo libertario -festejado ingenuamente por los cyberescépticos colaborativos– cuando en realidad no son más que la última frontera del post-fordismo, son una nueva fase del capitalismo que deja el terreno libre para las grandes corporaciones prosigan su agenda neoliberal: reducir la administración pública a la mínima expresión, individualizar el trabajo, fragmentar el sentido colectivo, aislar los derechos sociales y ahondar en una creciente precarización laboral.

Su contrapreso lo encarnan los cyberutópicos colaborativos eufóricos antes el nuevo mundo que se abre ante ellos gracias a las potencialidades de las plataformas
digitales.
Para ellos es indudable las ventajas que aportan las plataformas digitales enmarcadas bajo la etiqueta de la economía colaborativa. Algunas de ellas son ya ampliamente conocidas: la capacidad para abrir negocios y mercados en muchos sectores de actividad monopolizados hasta entonces (transporte, comida, alojamiento…); mejoras en los precios para acceder a determinados servicios; permitir el acceso a nuevos tipos de servicios (alojamiento no hotelero, transporte compartido, nuevas formas de restauración, aprendizaje en línia, etc…) o permitir que miles de ciudadanos a título individual puedan generar actividad económica de forma autónoma a través de sus propiedades (sea una habitación, un piso o un coche) o a través de sus habilidades (artesanía, conocimiento, etc) utilizando además a menudo recursos inactivos u optimizando los existentes. Los cyberutópicos colaborativos consideran además que las plataformas digitales colaborativas representan un cambio de era caracterizada por la superación de las instituciones y de las marcas corporativas por la confianza entre personas. Internet actua como la pieza angular que permite la emergencia del consumo colaborativo, de la economía colaborativa y de las sharing cities (ciudades del compartir) o ciudades colaborativas como etiqueta que expresa la voluntad de implementar la economía colaborativa a nuestras ciudades. Para los cyberutópicos colaborativos se
abre por lo tanto un mundo de oportunidades que posibilitan la emancipación, fomentan la comunicación entre iguales, la colaboración, el intercambio y el comunitarismo.

¿Cual entonces debería ser el reto de la administración pública? ¿Posicionarse del lado de los cyberescépticos colaborativos? Sin duda podría ser una estrategia razonable para tratar de frenar o corregir los impactos negativos que puedan producir, sin embargo el riesgo de caer una conservadora política proteccionista de los monopolios existentes es tan alto como la seguridad que bloquear su desarrollo evita la posibilidad de aprovechar sus potencialidades para impulsar una economía ciudadana. Vetar, prohibir y aún menos dimonizar puede que sea un camino fácil y aparentemente efectivo a corto plazo pero a largo plazo se muestra poco inteligente y sobretodo estéril para aportar valor público, objetivo fundamental de la gestión pública. ¿Significa entonces que la administración pública deber lanzarse a los brazos de los cyberutópicos colaborativos y entregarse a la causa de las plataformas digitales sin establecer ningún marco regulatorio exigente? Evidentemente tampoco.

Una gestión pública orientada a una economía ciudadana, creada por ella, gestionada por ella y orientada en sus efectos hacia ella, no puede limitarse a tratar de bloquear las complejidades de la vida urbana sino que debe conseguir que interactúen. De acuerdo con Richard Sennet la ciudad es un cuerpo vivo en constante evolución, por ello una gestión pública inteligente debe ser consciente del cambio y la transición continua que representa una ciudad, debe ser capaz de observar el pasado, el presente y el futuro, sin pretender cerrar modelos perfectos, puros, tratando con astucia y visión estratégica que los actores que operan en la ciudad contribuyan a una economía ciudadana. El reto por lo tanto de la administración pública orientada hacia una economía ciudadana ante las plataformas digitales debe consiste por lo tanto en ser capaz de distinguir las amenazas de las oportunidades y muy especialmente aprovechar éstas últimas dando todo tipo de apoyos y facilidades para que la innovación económica y ciudadana que aportan pueda consolidarse, más si cabe inmersos como estamos en una crisis estructural como la que estamos atravesando. Por ello una gestión pública inteligente debe ser capaz de aportar una visión estratégica capaz de superar el argumentario de la resistencia al cambio,
que permita superar estigmatizaciones y aprovechar todo su potencial para el bien individual y común entenidos como dos elementos indisociables. El reto de la gestión pública es invertir ingentes esfuerzos en una gestión pública estratégica que garantice que un mayor número de ciudadanos puedan beneficiarse de las plataformas digitales y aprovechar sus posibilidades para aumentar la participación económica de los ciudadanos que permita otorgarles el imprescindible protagonismo de la actividad económica en la ciudad.

(Visited 18 times, 1 visits today)
Autor / Autora
Profesor colaborador en la asignatura Nueva economía urbana del Máster Universitario de Ciudad y Urbanismo. Politólogo y máster en Dirección pública. Consultor en gestión pública y economía social, cooperativa y colaborativa. rogersunyer.com / @rogersunyer / Linkedin
Comentarios
Deja un comentario