La economía ciudadana deber ser glocal

26 noviembre, 2014

Es obvio que la globalización comporta una serie de riesgos que amenazan la identidad local tal y como la conocíamos hasta ahora: homogeneización cultural, desaparición del comercio local, dominio creciente y absoluto de grandes corporaciones y oligopolios, mayor impacto del turismo en determinadas áreas urbanas, etc. También parece cada día más evidente que ante este fenómeno, encontramos dos reacciones opuestas: una de ellas es pasiva o permisiva y podríamos definirla como “proglobalización” y la otra es contraria, resistente, y la podríamos denominar como “prolocal”. Aparentemente éstos dos posicionamientos son contradictorios pero, a menudo, las consecuencias de uno y otro terminan siendo las mismas.

La primera reacción -en favor de la globalización-, se caracteriza por una aceptación total de la globalización sin preguntarse sobre sus efectos y, lo que es más grave, adoptando una actitud pasiva o incluso proactiva respecto de las consecuencias que comporta para el tejido económico propiamente local. Sería esta opción una versión moderna del laissez faire, laissez passer, donde todo se deja en manos del supuesto mercado libre y de la supuesta natural evolución de las cosas: el grande se come al pequeño, todo cambia, todo evoluciona, etc… Ciertamente, esta es una posición claramente engañosa -o inocentemente inconsciente, en el mejor de los casos-, porque es evidente que sin hacer nada lo que se liquida en realidad es la libertad de los ciudadanos, por ejemplo, a elegir entre modelos comerciales distintos en un proceso de estandarización total hasta extremos absurdos, de modo que la única diferencia que hallemos entre una camisa comprada en Agadir o en Barcelona será el saludo monosilábico del cajero o cajera. Parece obvio, por lo tanto, que ese no es el camino para una economía ciudadana, creada por la ciudadanía, gestionada por ella y orientada en sus efectos hacia ella. El riesgo o amenaza es claro: liquidar la ciudad y convertirla en un parque temático con centros comerciales.

La segunda reacción, la que podemos denominar como “prolocal”, surge como reacción ante todos estos efectos perversos de la globalización. Incluso con argumentos razonables, en muchos casos hay una cierta tendencia a demonizar la globalización, a culparla de todos los males que sufre la economía local. En una dinámica reactiva vemos aparecer una cierta exaltación de un pasado idealizado y de una identidad urbana esencialista que se siente amenazada por la presencia de empresas globales, de comercios, restaurantes, de turistas o, incluso de inmigrantes. “Primero las personas”, se dice, “primero nosotros”, dando a entender que los otros no son personas, o no son de la ciudad, ésta no les pertenece y por lo tanto no tienen derechos sobre ella. En este círculo vicioso se amplía un discurso defensivo de encerramiento sin plantearse proactivamente cual debe ser nuestro lugar respecto al mundo, puesto que se percibe únicamente como peligro, aumentando la percepción del “otro” como una amenaza.

Pero, entonces, ¿Qué hacemos? Resistimos a la globalización como Astérix y Obélix o bien nos rendimos? ¿Nos resignamos a una globalización imparable con sus dinámicas oligopolistas y homogeneizadoras? En mí opinión ni lo uno ni lo otro.

Por un lado, deberíamos aceptar que somos globales, nos guste más o menos. No se puede resistir a la globalización luchando contra fenómenos que son estructurales: no evitaremos que las empresas se internacionalicen, que los mercados se fundan, que las grandes corporaciones expandan sus redes, que las personas viajen más, que las ciudades acojan nuevos ciudadanos. Nosotros mismos somos globalización cuando consumimos, cuando viajamos, cuando ahorramos, cuando creamos empresas. Cualquier proyecto urbano que quiera atemperar los impactos negativos de la globalización debe empezar, en primer lugar, aceptando que somos glocales. Asumir esa realidad me parece imprescindible para poder abordar una economía realmente ciudadana. Una economía que no es ni local ni global, sinó glocal. Esto es asumir que somos y nos beneficiamos de la globalización y que al mismo tiempo somos locales, con una identidad propia, con una dinámica propia, que no queremos ver convertida en un simple atractivo marketiniano de ciudad. Como expresa Jordi Borja, “el territorio no solo es un dato. Es también el resultado de una estrategia, una construcción voluntaria. Y la ciudad actual o existe como proyecto político innovador, competitiva en lo global e integradora en lo local, o decae irremisiblemente víctima de sus contradicciones y de su progresiva marginación”.

A mí modo de ver, la solución pasa por lo tanto por construir una economía ciudadana dentro de un mundo globalizado, una economía ciudadana fundamentada en una identidad colectiva urbana que supere la dinámica homogeneizadora y aproveche al mismo tiempo las oportunidades de la globalización, capaz de generar cohesión social y promover realmente lo local ante la fuerza expansiva de lo global. La nueva economía urbana debe ser más que nunca ciudadana y glocal.

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Autor / Autora
Profesor colaborador en la asignatura Nueva economía urbana del Máster Universitario de Ciudad y Urbanismo. Politólogo y máster en Dirección pública. Consultor en gestión pública y economía social, cooperativa y colaborativa. rogersunyer.com / @rogersunyer / Linkedin
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