2021, COVID año II: La ley de la selva

22 febrero, 2021
Yohann LIBOT / Unsplash

El conflicto social que ha estado latente durante el primer año de pandemia se manifiesta con toda su crudeza en las calles.

En los orígenes de la sociedad capitalista el corazón de la política de control social se encuentra precisamente en esto: en la emergencia de un político capaz de conciliar la autonomía de los particulares en su relación respecto de la autoridad (./.) con el sometimiento de las masas disciplinadas a las exigencias de la producción.

(Massimo Pavarini, p. 33)

Confirmamos los temores a las puertas de entrar en el segundo año de pandemia. En posts anteriores y con toda prudencia, apuntábamos que, probablemente, la economía seguiría en situación crítica (Roberts), y se consolidarían las medidas de control social desarrolladas durante la pandemia para contener la contestación, como así ha sucedido, tanto en las democracias formales, como en el resto de países.

Eso ha llevado a la consolidación de la colaboración público-privada para el control de la movilidad ciudadana (Google, Apple, etc.), al desarrollo de vacunas bajo monopolio de las multinacionales farmacéuticas y al endurecimiento en la aplicación de la legislación penal y administrativa contra la resistencia a las medidas de control y contra cualquier movilización social o política.

A la alta capacidad de transmisión de las variantes del virus debemos añadir el miedo ciudadano a la agresividad de las nuevas cepas, lo que ha motivado que, en la mayoría de los países, y a la espera de las soluciones científicas y médicas, se haya optado por seguir conteniendo la pandemia mediante el aislamiento preventivo. Tal vez con excepciones, como en Nueva Zelanda o en Uruguay) y con un mayor o menor uso de las TIC’s (de China a Francia). Países en los cuales también se adopta el aislamiento preventivo con una dinámica más drástica, pero más efectiva.

Con la lentitud en el suministro de vacunas, la inmunización está tomando características de darwinismo social: en Israel se vacuna con eficiencia excluyendo a la población palestina; en USA debido a la desconfianza en el sistema, sólo uno de cada tres personas vacunadas es latina, afroamericana o nativa; en África la vacuna simplemente no llega, y en el resto de los países -si es que disponemos de información- la política de vacunación apenas se ha iniciado. Por no hablar de las vacunaciones predatorias de altos cargos y militares que no forman parte de los grupos prioritarios o de riesgo, como ha sucedido en España.

El resultado esperado es que, en un mundo globalizado, medio planeta estará vacunado y el otro medio no, con lo que se entrevé imposible parar la pandemia a corto (o incluso medio) plazo.

Mientras tanto, ¿qué sucede en las calles?

Nos preguntábamos también, cómo afectaría el aislamiento social a la capacidad de movilización de los movimientos sociales y vecinales.

Las calles son el espacio político por antonomasia, el lugar de encuentro de la ciudadanía, donde se ponen en evidencia las contradicciones sociales y se dirimen los conflictos. Pero la calle es también el lugar donde convergen los intereses de las clases sociales y donde se ejerce el poder.

Ese escenario por excelencia de los movimientos populares ha perdido su valor simbólico. Las manifestaciones y las concentraciones se han convertido en actos reglados por las medidas anti-COVID y tienen un valor testimonial. Las que no guardan esas reglas, son intervenidas por la fuerza policial. Aunque haya excepciones, como el movimiento francés contra la ley de seguridad, la resistencia a los desalojos, o contra la represión política (Rusia, Birmania, Chile o Catalunya), las movilizaciones se han reducido al mínimo.

Los movimientos sociales, vecinales y políticos, siguen tratando de paliar las fallas del sistema con medidas muy básicas de tipo asistencial, como el reparto de alimentos entre los parados y entre los que teniendo empleo no pueden subsistir con sus escasos recursos, pero han perdido la calle.

Las luchas sindicales también han disminuido. Hay más miedo al cierre patronal y al paro que al virus. Todos andamos muy desconcertados y hay pocas respuestas integrales al modelo económico.

Por el contrario, las grandes empresas abogan por la deslocalización y la desregulación, la radicación en paraísos fiscales, el impago de impuestos, la liberalización de los derechos laborales, el desarrollo de modelos de falsa economía colaborativa, el fomento del comercio y los servicios on-line, etc. El peso específico (y el volumen de negocio) de ese modelo de negocio durante la pandemia ha crecido de manera exponencial en detrimento del comercio tradicional.

Sobre la sólida propuesta de Renta Básica Universal que podría suponer la solución a la marginalidad y a la pobreza estructural, los partidos de la izquierda tradicional y la socialdemocracia, aún gobernando, no se han posicionado o lo han hecho tibiamente.

El descenso de la actividad económica, de la movilidad y del turismo global, han reducido las tasas de delitos en la vía pública, aunque la derecha sigue empeñada en agitar el fantasma de la inseguridad en las calles. Contrariamente se ha constatado un incremento significativo de la violencia interpersonal, singularmente la violencia machista, en el espacio privado.

¡A río revuelto…!

Confirmado al fin por la OMS que la zoonosis está en el origen de la COVID, la evidencia es que se han agravado las desigualdades sociales, que el autoritarismo crece en países de los cinco continentes y que la desinformación galopa sin freno en las redes sociales y en los mass media.

Tras un año de cierres y aperturas afectando a la vida cotidiana, el negacionismo ha ido ganado terreno y las protestas y la resistencia a las medidas anti-COVID se suceden. En los primeros meses de 2021, en Holanda, España, Alemania o USA, se han producido respuestas violentas a las intervenciones policiales en las protestas contra las medidas anti-COVID, e incluso en la suspensión de las fiestas privadas, las raves o los botellones clandestinos.

Si durante los primeros meses de la pandemia, estas protestas y manifestaciones estaban relacionadas con la reivindicación de los derechos fundamentales, en la actualidad la desobediencia ha adquirido un carácter más transversal, desde fiestas privadas a manifestaciones gremiales contra los cierres horarios y sectoriales.

La resistencia a las políticas de contención aún no ha sido capitalizada políticamente, pero las llamadas de algunas de esas protestas a una defensa genérica de la libertad mezcladas con denuncias de complots u otras formulas conspiranóicas, nos hace sospechar que ha generado interés entre los movimientos neofascistas, que han ido sumándose a las protestas.

Estos movimientos, crecidos al calor del trumpismo norteamericano (representado por organizaciones como QANON o Alt-right), se caracterizan por la defensa de postulados supremacistas, antisistema y negacionista, incluyendo la violencia como forma legítima de alcanzar el poder.

Sus discursos hacen mella entre una parte de la ciudadanía y también entre los gobiernos, que, autoritarios o no, recortan derechos de los nacionales y establecen políticas contra los miles de inmigrantes que a llegan al espacio Shengen, a la barrera de Centroamérica o a la de Australia. Un filón para la extrema derecha.

Estas formas políticas autoritarias no necesitan, como antaño, de los rituales militaristas del fascismo para capitalizar el descontento popular. Las donaciones de algunas grandes fortunas y corporaciones financian sus estructuras y las redes sociales aglutinan y organizan a sus seguidores.

Hoy, esos nuevos movimientos, han entrado o pretenden entrar en los parlamentos, capitalizando la frustración de amplias capas de población (pobres o ricas), con el fin de utilizar los mecanismos estatales para establecer políticas desreguladoras, racistas y heteropatriarcales. Nada nuevo bajo el sol.

Corolario

Aunque el control sanitario por fin se augure como posible, la pandemia ha actuado de multiplicador de los conflictos ya existentes, agudizándolos, y los monstruos han aparecido. Seguimos en el momento de transición gramsciana entre la nueva realidad que no llega y la vieja realidad que no se va.

El conflicto social que ha estado latente durante el primer año de pandemia se manifiesta con toda su crudeza, sin que seamos todavía capaces de ver su alcance y sin articular una respuesta global a esta crisis de nuevo cuño. Habría, tal vez, que ir definiendo esa respuesta.

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Autor / Autora
Vicens Valentin
Profesor colaborador en la asignatura Ciudad, inseguridad y conflicto del Máster Universitario de Ciudad y Urbanismo. Licenciado en Historia General y Geografía, y máster en Política criminal y servicios sociales. Miembro del Grupo Motor de RISE (Red Internacional para la Innovación en Seguridad).
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